viernes, 7 de agosto de 2009

La Fuerza


Nadie contaba mucha novedad esa reunión de generación aquel año. A todos los que fuimos se nos ocurrió vestirnos con el uniforme del colegio, el mismo que usamos para la licenciatura, guantes blancos, pelo corto, afeitados, mochos, pendejos. No se en qué momento de la nostalgia se me ocurrió volver s ese momento patético y repetirlo. Entiendo que muchos hayan faltado. Luego de un rato me dije “me voy de aquí”.


Era ese típico atardecer tarde de fines de marzo… alargado, ya no tan caluroso, de tintes dorados; tome el auto y salí, Avenida Blanco hacia el oriente por ese profundo paso bajo nivel bajo la línea del tren que en esta ocasión me pareció más profundo que nunca y con un pavimento en pésimas condiciones. Manejaba hace poco y todavía resultaba un desafío manejar en esas condiciones, sentí un poco de miedo, el miedo de andar en las calles de Santiago, sin estar ahí...

De hecho tenía que irme a Santiago en bus una vez dejado el auto, pero ese paradero de buses estaba repleto, era un fin de semana largo y pensé mejor tomar el tren, debía estar cerca de ahí, solo había que caminar hacia la estación más cercana Tenía ganas de caminar.

Al poco andar, vi una parcela con los portones abiertos que separaba la carretera de la línea del tren y la estación que buscaba. Entré. Tenía hartos árboles y arbustos, el pasto cubría toda la superficie, había una casa al fondo y junto una lagunita. No avancé mucho hasta que frente a mi vi un leopardo acostado mirándome amenazantemente y un rottweiler que se acercaba letalmente silencioso.

Sin chistar, volteé rápidamente y me propuse salir de la propiedad, cuando veo a este sigiloso felino plomo frente a mí. Su pelaje era grisáceo, casi lila, sus ojos amarillos, su musculatura imponente, su actitud inequívoca.

La pantera gris se abalanzó sobre mí con sus colmillos que inexplicablemente pude contener con mis manos por un momento. Ahí pude ver sus fauces y más adentro la oscuridad y el miedo a lo desconocido que resultaría mi propia muerte. Logré empujarlo y me escapé fuera de los portones de la propiedad, pero este visceral felino no conocía el límite territorial como una restricción a su apetito.

Se puso delante de mí, me cerró el paso y volvió a lanzarse frontalmente sobre mí con mayor disposición de vencer mi mejor defensa. Logré contener sus mandíbulas, pero su disposición era imbatible, me sentí desesperado, solo, débil. Desperté… la única salida a la muerte de esa vida fue esta, mi propia vida.



Asciende llena la luna de leo...

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