Te asomas a solo una vuelta de mi nido, padre... ascendente.
Recuerdo y recuerdo los viejos escenarios de mi niñez. Quiero devolverte la mano del recuento, mi recuento de tu cariño básico. Tu fiel, pulcra e impalpable enseñanza, los destellos de cariño que tatuaste en mi actuar cotidiano.
Ahí mi foco apunta el patio verde, fresco y sombrío de una mañana de domingo. Te veo sentado, con tu diario en la mano bajo la sombra del alero... amas tanto el orden y la corrección. Me observo reflejado en la ventana, lavado, vestido y peinado lengüeteado de vaca; mis hermanos corren con helicópteros de tente para mostrártelos.
Me acuerdo de aquella noche del pinchazo... tu apoyo y serenidad me ayudó a tranquilizarme, pues fuiste tú quien me enseñó la tranquilidad y la sensatez en aquella ocasión y para toda la vida.
Recuerdo la felicidad que significaba acompañarte en el auto a comprar el diario y ser tu compañerito de ruta, sentía ese amor tan amable y protector que aprendí a entregarle a las personas, ese gusto de nominar a mi manera a quienes quiero profundamente, de sumergirme en la ternura del lenguaje... todo eso lo aprendí de ti.
Veo ahora nuestras caminatas...
tuve la oportunidad de ver a Rancagua de tantos ángulos gracias a ti, saborear una bebida bajo la sombra de un árbol, un rincón común y acogedor luego de un tramo suave a pie... ahí cosechaste a mi manera de hacer amigos. Solo compartir lo más simple y cotidiano.
Recuerdo el quiebre... los viajes entre Santiago y Rancagua. Ahí me hice un viajero solitario.
Recuerdo los fines de semana, los feriados y vacaciones que compartimos... los asados al alero, juegos de pelota, salidas a trepar cerros, saltar olas, tragar agua de mar, los dulces de
Recuerdo feliz y emotivo mi niñez contigo y te agradezco por ser parte mía. Si hay un tesoro en mi vida fueron todas esas vivencias contigo.
Gracias papi
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