sábado, 18 de octubre de 2008

Una especie de submarino amarillo

¿Qué es la vida? Un frenesí,
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.

(Calderón de La Barca)




Una noche más ahí... en esa esquina folclórica, Teatinos con la alameda, justo al lado de la moneda ¿plata? La justa pa la micro. El cuadro era florido. Se puede ver toda suerte de vendedores ambulantes: sopaipas, anticuchos, bebidas, cafecitos, tesitos, galletas, suflés, sexo, pitos, coca y una gran diversidad de ofertas.

Entonces, llega la maquina amarilla. Ya no recuerdo el número que tenía, estaba vacía, solo tripulada por su amenazante chofer, un sujeto alto, calvo y gordo, que me recuerda a alguien de la lucha libre americana. No fue coincidencia hacer esa observación, pues pronto esta inocente sensación sería bien cercana a la realidad.

Afuera, el lugar estaba repleto y, una vez abierta la puerta de la micro, se sube la gente a tumultos. Puedo ver la amplia fauna local a estas horas de la noche compuesta por punkies, góticas, hippies, señoras, viejos, putas y yo en medio.

Luego de un tiempo se llena la legendaria maquinaria, yo logro tomar un asiento, mientras muchos van de pie y parte la caravana nocturna santiaguina rumbo a San Bernardo.


No alcanza a ser mucho el tramo recorrido cuando sin razón aparente la micro se detiene y luego el chofer se levanta y pasa junto a mí hacia la parte trasera del antecesor de transantiago. Con fuertes zancos, una cara de muy pocos amigos y un bulto considerable, el calvo chofer empieza a putiar a un hippie. Le dice "que anday sacando la pichula conchetumadre ¡te bajay!" A lo cual solo se escucha solo como respuesta los aullidos quejosos de dos putas que lo acompañaban. En un dos-por-tres el hippie y putas están bajo la micro y el chofer vuelve a su asiento para proseguir con el rumbo.

La máquina retoma su marcha y, no alcanza a pasar un segundo, cuando se escucha un estallido en el costado derecho de la micro, que nos revolvió a todos adentro. Al hippie se le ocurrió lanzar un camotazo en la ventana y luego huyó no sin gritar unas putiadas al gordo chofer.

El gordo pierde la razón y empieza una persecución por las calles del centro de Santiago, dejando la ruta de Nataniel Cox para empezar una verdadera cacería urbana: una micro amarilla rondando por el barrio de San Diego, doblando por las esquinas hasta encontrar a tres sujetos que corren desesperadamente.


La gente dentro de la micro al principio observa muda, yo vivo la experiencia de mi vida. De repente alguien levanta la voz y dice "¡atrapa a ese hueón!¡casi nos mata!", otra persona dice "¡no! ¡no! yo quiero llegar a mi casa" y otro le responde "señora hay que enseñarle a estos hueones".

Así se dividen los pasajeros en dos bandos que empiezan a discutir sobre el sentido de tal persecución.

No pasa mucho tiempo cuando el gordo logra divisar al hippie y subiéndose sobre la vereda con la micro acorrala al trío dejándolos sin salida y salta con agilidad felina desde su asiento sobre el desafortunado pelmazo. El gordo, ahora si luchador, empieza a darle una golpiza enorme al hippie, quien solo se queja en las primeras dos mangas recibidas. Luego, se escuchan únicamente los machacazos de los puños brutales a un ritmo incesante que se armonizan con los chillidos desesperados de las putas que acompañan al, ya muy maltraído, hippie.

La gente dentro de la micro sigue discutiendo, pero luego de un rato de alentar al gordo algunos callan y otros empiezan a marcar el 133 desde sus celulares. Pero algunos siguen hablando... dicen: "se lo merece, así nunca volverá a hacer esas huevás", otros dicen que esos no son los métodos y de repente un pasajero dice ser carabinero, pero que no hará nada porque no está de servicio. Otro lo increpa, diciéndole que es un maricón, que cómo permite que todo esto ocurra, frente a lo cual el paco inactivo guarda silencio.

A esta altura ya empieza a ser unánime que el gordo suelte al ya pobre hippie y nos vayamos a casa.

El gordo, luego de satisfacer su apetito sadista, se sube a la micro y retoma el recorrido, la vieja y averiada Nataniel Cox, luego dobla por Bio Bio y toma San Diego, frente a la plaza Matte por un lado y al persa por el otro rumbo al sur.

Luego unos colores exuberantes colman la antes tensa escena, perdiéndose los detalles de las personas y dejandome entrever sólo sus siluetas. Pareciera que la Gran Avenida fuera un portal de luz y la micro al transitar ya no tiene contacto con la superficie de la nubosa calle...

Viejos recuerdos y personas me encuentro ahora sobre la máquina: "Que te ibas a ir para el sur con la Caro a un cerro que no ubicaba". Ahora lo podía ver por la ventana seco y desértico… "luego, se suponía que febrero iba a ser nuestro, tenía grandes planes, pero solo me importaba pasarlo bien. No había compromiso, no había esfuerzo. Realmente no te amaba, pero necesitaba alguien con quien estar en ese viaje".

"Él iba a ser padre y eso le cambió la vida hasta que supo que su pareja se hizo un aborto, que no estaba ni ahí con asumir un embarazo y creía que le cagaría la vida. Él sufre, se le puede ver en los ojos cuando lo cuenta con una cerveza en la mano, bajo un árbol en una plaza del barrio universitario...."

Momento...

Abro los ojos realmente. Me encuentro sentado y solo en la micro que se encuentra estacionada en un terminal al final del recorrido. Tengo mi celular y mi billetera, pero no tengo nada de plata y no se donde me encuentro, me bajo de la micro y veo a los chóferes burlándose de mí mientras cargan de bencina a sus amarillas máquinas. Veo un taxi pasar y decido tomarlo para salir de ahí.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Genial, guatón